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abril 22, 2015Montse Frisach, periodista y crítica de arte del diario ‘El Punt Avui’ en Barcelona, analiza la expresión del artista catalán Alex de Fluvià para Dantemag.
De Montse Frisach
La obra de Álex de Fluvià (Barcelona, 1966) está marcada por su firme compromiso con la pintura. En los tiempos de la aceleración y el dominio de las nuevas tecnologías, Fluvià prefiere la lenta cocción de la pintura en su taller. En sus telas, coloristas y vitales, nada es lo que parece. En la densidad de la superficie aparece la escritura del grafiti y los trazos enérgicos del pincel en un fondo barroco y plagado de detalles y fragmentos.
Es una cosmología compleja que en apariencia no deja lugar al vacío. Sin embargo, cuando la mirada ya ha superado el primer impacto visual, la pintura parece abrirse hacia dentro, hacia las capas más profundas de la tela. Y de repente descubrimos que detrás de la superficie hay mucho más: superposiciones de pintura, más caligrafías, más fragmentos de papel y fotografías, más color, incluso. Se trata de un collage en diversas dimensiones superpuestas. Este es el reto que Àlex de Fluvià propone al espectador: descubrir en la medida de lo posible lo que hay detrás. Como en la vida, superficie y fondo se complementan.
Àlex de Fluvià ha cumplido casi un cuarto de siglo como pintor y su estilo, inconfundible, ha permanecido estable desde entonces. Marcado per la fuerte tradición artística de su país, Catalunya, y de su ciudad, Barcelona, en su obra se deja sentir el influjo del “trencadís” de Gaudí, el color i la poesia de Joan Miró i la materialidad y los muros de Antoni Tàpies. Recuerda haberse sentido atraido por la pintura desde su infancia pero al mismo tiempo soñaba con ser músico. Sus regalos preferidos cuando era pequeño era un cavallete, pinturas y una batería. Durante la adolescencia y primera juventud se centró en la música y tocó en diversos grupos como guitarrista desde los 14 a los 25 años. La pintura, sin embargo, siempre estaba ahí, de una o de otra manera.
En una casa familiar de la isla de Menorca, Fluvià copiaba pinturas de libros de arte pero en aquel momento el arte era solo una afición porque su objetivo estava en otra parte. En su diario, que aún sigue escribiendo casi cada día, anotó que quería ser una estrella del rock. “Eran los años 80 pero admiraba sobretodo a la generación de músicos que habían destacado en los 70 como los Rolling Stones, David Bowie o Lou Reed”, recuerda. De acuerdo con su vena rockera, el joven también se dedicaba también a pintar grafitis y marcas en los muros de Barcelona, una actividad que realizaba totalmente solo. Su pasado como artista del grafiti acabaría teniendo una gran peso en su posterior pintura.
Cuando tuvo que escoger carrera en la universidad Àlex de Fluvià lo tuvo claro: historia del arte. El 1987 viajó a Madrid para ir a ver una exposición de Mark Rothko, un pintor que hasta entonces no se había expuesto demasiado en España. Los campos de color del pintor americano impresionaron al joven Àlex de Fluvià, que casi de manera immediata decidió en aquel momento concreto que se iba a dedicar a la pintura.
Dos años después Àlex de Fluvià ya había iniciado su especial compromiso con la tela y los pinceles. Fue el galerista Miquel Gaspar (descendiente de una saga de importantes galeristas de Barcelona, que entre otros, habían expuesto a Miró i Picasso en los difíciles años de la dictadura franquista) quién le dio su primera oportunidad. Àlex de Fluvià todavía recuerda con agradecimiento la confianza que el experimentado galerista tuvo en él en aquellos primeros momentos de su carrera pictórica.
“¿Por qué dejé la música a favor de la pintura? Tenía la sensación que con la pintura tendría mucho más recorrido, podía expresarme mucho mejor. La música se me había quedado pequeña, solo interpretaba lo lo que componían otros. En cambio, con la pintura, yo era mi propio compositor”, explica el artista.
En aquellos momentos, la pintura del nuevo expresionismo estaba de moda y de Fluvià no fue ajeno a esa ola de nuevos salvajes alemanes y tranavanguardistas italianos. En España y también en Europa un joven pintor mallorquín, Miquel Barceló, era la nueva estrella de la pintura y triunfaba con su apasionada figuración expresionista com una rutilante estrella de rock. Pero para Àlex de Fluvià, que intentaba abrirse paso en el mundo de la pintura, las cosas no eran tan fáciles y el 1996 decidió hacer las maletas y marchar a Nueva York. La estancia de seis años en la Gran Manzana fue crucial en su carrera. “Un máster de vida y arte”, la define él mismo.
En Nueva York, la figuración desaparició definitivamente de la pintura de Álex de Fluvià y en su lugar la abstracción se apoderó de sus telas. Por primera vez también se atrevió a experimentar con los grandes formatos. En Nueva York estudió fotografía en la School of Visual Arts, una aprendizaje que ha resultado fundamental para su trabajo ya que las imágenes fotográficas forman parte con naturalidad de su actual iconografía. Primero expuso en circuitos alternativos de la ciudad pero más tarde su obra se mostró en galerias como la Jan Abrams Fine Arts Gallery.
El 2001 Àlex de Fluvià dejó Nueva York para volver a Barcelona, donde expuso en galerías como la Trama (2002) o Metropolitana (2004). Pero su espíritu nómada y curioso lo llevó primero a viajar a Latinoamérica y más tarde a el Cairo, ciudad donde vivió un año. El pintor siempre ha estado interesado en el arte del Mediterráneo más ancestral y esa estancia, en una de las cunas del arte occidental, fortaleció esa influencia. No es extraño que en su pintura las escrituras que habitan la tela nos recuerden la caligrafía árabe y las típicas celosías de la arquitectura del norte de África.
Egipto acabaría siendo un capítulo más en el itinerario que Álex de Fluvià ha seguido fuera de su ciudad. El 2006 pasó unos meses en Japón, una intensa experiencia al más puro estilo de ‘Lost in translation’. El pintor siempre se había atraído por la estética japonesa y ahora era un buen momento para profundizar en ella. Allí estudió caligrafía japonesa y cuando volvió a Barcelona, unos meses después, su pintura había incorporado lo aprendido en el país del Lejano Oriente. Su obra inmediatamente posterior a este viaja acusa claramente la influencia japonesa tal como se pudo ver en su primera exposición en la sala Fidel Balaguer –su actual galerista en Barcelona- el 2006 y en la muestra de dibujos en la Casa Àsia de la misma ciudad el 2007.
En los últimos años, Àlex de Fluvià, fiel a su compromiso con la pintura, ha recuperado su primera vocación musical y vuelve a tocar en uno de los grupos de su juventud, Acaricia’m el morro (Acariciáme el morro), con el cual actúa regularmente en locales barceloneses y con ya ha grabado un disco de jazz-fusion y prepara un segundo. Simultáneamente su obra pictórica ha dado un valioso salto internacional a través de la Cuadro Fine Arts Gallery de Dubai. A través de esta galeria, el pintor ganó una residencia de cuatro meses en Dubai, un momento en que su obra obtuvo una gran difusión entre coleccionistas internacionales. Con esta galería Àlex de Fluvià participó en la primera edición de la feria de arte de Abu Dhabi. En junio del 2013 con su galerista barcelonés, Fidel Balaguer, participó en la Pinta Art Fair de Londres.
Àlex de Fluvià define su obra como una mestizaje entre todas las influencias externas de las culturas que ha conocido al largo de sus viajes pero a la vez se siente enraizado profundament en su cultura originaria. Decía Antoni Gaudí que solo se puede ser original retornando al origen, y eso Àlex de Fluvià lo tiene profundamente interiorizado. Catalunya es un país de artistas universales, com el mismo Gaudí, Miró, Dalí, Antoni Tàpies o el escultor Jaume Plensa. Todos ellos no han renunciado a sus raíces pero su arte es universal.
En su última exposición en la galería Fidel Balaguer, Oracle, el pintor reinvidicaba el poder de la pintura como medio de expresión en un mundo en el que cada vez es más difícil encontrar espacios para el silencio y la introspección. Para el artista, la pintura habla como hablaba el oráculo de Delfos a los antiguos griegos: “Enfrentarse cada día a la tela en blanco es un ejercicio parecido a consultar un oráculo. Para mi es necesario rellenar ese vacío. La pintura tiene todavía muchas cosas que decir. Es un medio muy humilde, muy senzillo, no necesita de mucho. Pero nos sigue hablando como ha hecho a través de los tiempos”.
Montse Frisach ejerce de periodista y crítica de artes visuales en la sección de Cultura del periódico El Punt Avui de Barcelona.